sábado, 17 de marzo de 2012

"La Gaviota" de Sándor Márai


Todas las gaviotas se parecen

por Fernando Fernández


“¡Qué poco sabemos de nosotros mismos! ¡Qué poco de nuestro cuerpo! ¿Qué podemos saber, pues, de nuestra alma, cuya naturaleza desconocemos por completo y de la que sólo percibimos reacciones? ¿Y del alma de los demás, que conocemos menos aún que la nuestra? ¿Qué podemos saber los hombres unos de otros?… ” S.M.



Una nueva novela del prolífico escritor húngaro Sándor Márai ha sido traducida al español, ésta no hace excepción en cuanto a estilo, calidad e interés se refiere. Ya nos tiene acostumbrados el escritor a ello, así como las editoriales y traductores a darnos con cuentagotas cada una de sus obras. Sin duda, la más impactante de ellas y con las que ha comenzado la saga es “El último encuentro”, sin restarle mérito a todas las otras, excelentes, que constituyen el conjunto de su obra. Curioso ver que hasta ahora estamos descubriendo en español su obra que fue escrita en la primera mitad del siglo XX. Explicable porque con la ocupación de Hungría, proclive al régimen nazi, por parte de la Rusiacomunista el escritor se refugió en Estados Unidos, su obra fue prohibida por burguesa en su país y cayó en el olvido. Ahora, por fortuna, redescubrimos su importante obra que es aún de pasmosa vigencia. Razón tenía cuando en este nuevo libro afirma: “Aquello que se inicia seguirá siendo presa del tiempo…”

Como en muchas de las novelas de Sándor Márai, en esta nueva asistimos a otra composición de cuya realización sólo él tiene el secreto y maestría, y que consiste en buscar un motivo para discernir, discutir, argumentar, pero sobre todo para monologar. Hace ya un buen tiempo que me intereso en este magnífico escritor en donde observo un común denominador: la búsqueda de una trama que más parece un pretexto para establecer un monólogo sobre un tema, adaptando siempre la historia para que su fase final converja en una situación largamente desplegada durante las horas de la noche; es allí, a la luz de luces lánguidas, en donde nuestro filósofo lechuza se entrega a reflexiones rayanas en el ensayo que es en donde encuentra su mayor confort expresivo.

La trama de esta novela, publicada en 1943 en plena II Guerra Mundial, es de buen interés: un alto funcionario húngaro está a punto de dictar una orden gubernamental y por ende es poseedor de un gran secreto que concierne y afecta la población en general y de cuya aplicación depende la vida y bienestar de toda ella. Mientras espera la concreción de esta orden, el protagonista encuentra a una mujer finlandesa, la gaviota, que por su parecido físico le recuerda obsesivamente a su novia fallecida no mucho antes en extrañas condiciones. Casi de inmediato la invita a una función de la ópera de Verdi “El baile de máscaras”, alusión velada de un despojarse de las mutuas máscaras que cada uno de ellos porta y que luego permitirá que esa misma noche en el diálogo final las verdaderas caras sean recíprocamente develadas.

Muchos temas son aquí tratados, citemos algunos: el yo y el otro, el matiz, el amor, el suicidio, la masa humana, la muerte, la guerra, el beso, la juventud; tal vez, debido a esa gran diversidad de tópicos, algunos son tratados con ligereza o con aseveraciones osadas, así la delicada forma de escritura pudiese inclinarnos a creer lo contrario.

Sobre la juventud dice con gran tino: “El momento en que la juventud se acaba, a nosotros los hombres en realidad no nos hace sufrir. Tal vez finjamos despedirnos y nos pavoneemos un poco, pero, en el fondo del corazón, sufrir, no sufrimos… Todo hombre siente alivio cuando el compañero peculiar, fiero e inquieto que es la juventud se aleja de su vida y su organismo, de su cuerpo y su alma. ¡Ya era hora!, nos decimos. Por fin se fue la juventud, esa loca feroz e infeliz, imprevisible y calculadora, sorprendente e inquieta, amable y excitante.

Sobre la muerte se expresa: “De algún modo, uno se hace a la idea de su propia muerte. Cuando venga a buscarnos –da igual que se apresure o demore–“. Y cuando ésta se presenta como un suicidio añade: “Por lo general, los suicidas buscan venganza; todo suicida desea vengarse de alguien o simplemente del mundo: quiere que, una vez muerto, lo lloren y echen de menos”.

A pesar de que el estilo de Márai es el elaborar un diálogo con un interlocutor, la realidad nos demuestra otra cosa, es cierto que hay alguien presente a quien se dirige el orador, sin embargo, éste no demuestra ningún interés en obtener respuestas (que es lo corriente en un diálogo), no le interesa mucho la opinión de su interlocutor; la idea es poder sentar una teoría sobre algún tema, por ello la conversación se convierte en un largo monólogo, al cual, reitero, no se espera respuesta. Podría decir uno que es un monólogo interior joyceano de no ser que el de Márai es oral, ordenado y con signos precisos de puntuación.

Entre las múltiples reflexiones de esta novela sobresale la concerniente a la similitud de una persona conocida en el pasado y otra que se encuentra por primera vez. Similitud que abarca la fisonomía, la personalidad, los hechos vividos y repetidos. ¿Son estos hechos coincidenciales o, a contrario, obedecen a un patrón de comportamiento corriente? En eso discurre el contenido de la novela. Le viene a uno al espíritu la tesis nietzscheana del “eterno retorno” en donde el filósofo preconiza que todo (personas, factos, circunstancias, etc.) se repite un número infinito de veces.

Probablemente ésta no es la mejor novela de Sándor Márai, en su brillante galería hay muchas más realizaciones sobresalientes, no obstante, es una obra que bien vale la pena de lectura y que complementa coherentemente el discurso, método y estilo del escritor, sobre todo para quienes han disfrutado de las anteriores obras publicadas.

Ah Márai, escritor sorprendente que tuvo la intrepidez de suicidarse a los 89 años; nació con el siglo XX y se extirpó cuando solitario sintió desfallecer su cuerpo. “Hay momentos en que la vida madura y todo se vuelve profundo y sencillo, tanto como debe de serlo el instante de la muerte”, decía en “La Gaviota”.

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